lunes, 29 de septiembre de 2008

Ultima Vez

No sé a que vine. Un impulso de ave de corral me trajo a picar un maizal que ya no es mío. A sobar estas paredes con los ojos, a buscar la penca de maguey y la sombra de anca de la Tía Elodia.
Nada mas por insistir, por terquedad, a ver si reviviendo los recuerdos se me quitaba esta calentura de años, pero no, la tengo encendida, como una braza entre las piernas.
Aquí por esta ventana vi como los campos se tornaban azules de agave, como los jimadores cargaban los burros y tomaban el camino empinando hasta perderse entre el polvo de la tarde. Todavía siento el eco de las pezuñas de los burros retumbar en mi barriga. Por ese camino debió de irse Tía Elodia con su tristeza hinchada en el pecho. Debió de ser así, estas ráfagas de aire me lo dicen.
No sé a que vine, este sudor que me moja los cabellos me sala el aliento. Voy a taparme los ojos hasta matar esa imagen carnosa de mi Tía con esta espina de maguey hasta que amanezca y sólo por curiosidad, por la tarde, voy a seguir la huella de los burros.
Sergio Astorga

Fotografía. "Magueyes por la Ventana" Manuel Alvarez Bravo

domingo, 28 de septiembre de 2008

Otras veces


Cuando mi tía Elodia tenía los pechos hinchados me mandaba cortar un buen manojo de manzanilla de la maceta, yo se lo cortaba como un rayo, no me gustaba verla triste, cautivada por una caliente lagrima que le escurría por su pezón.
Sus pechos me gustaban, eran como los caracoles que encontraba en el río: húmedos y asustados. Crecían como crecen los ojos por curiosidad.
“No sabes como duelen” me decía. Entonces me crecían unas ganas de ser bueno, y sin prisa, con mis manos, desgranar su dolor para curarlo.
Nunca supe ser bueno y ahora que su dormitorio está vacío, me crece un frío de cordillera largo y seco.
Hoy, un color de trigo se afianza en el corredor y un vapor de tía reposa en las paredes.
Sergio Astorga

Fotografía: "Fruta Prohibida" Manuel Alvarez Bravo

A veces...


Existía un verde ceniciento que mis antepasados conservaban en una cajita de madera. Mi tía Elodia lo trocó por una casa rodeada de magueyes que se miraban por las ventanas. La casa fue abandonada en tiempos de la revolución de México. Yo tengo en la memoria ese verde cenizo y el deseo de que mires ésta fotografía de Don Manuel Álvarez Bravo, un amigo de la fotografía cuando estaba vivo.
Hoy todo es silencio y a veces, un olor de penca recién cortada en las tardes de lluvia no me deja combinar los colores.
Sergio Astorga

jueves, 25 de septiembre de 2008

"La Concepción"



Tú no te das cuenta, pero te pasas las noches mordiendo la sábana, como si al mascarla desgarraras el sueño que quieres. Jadeas. Sudas. Tragas saliva como si ésta fuera un jarabe dulzón que te diera voz; quisieras contar lo que sientes, lo que oyes, por eso muerdes la sábana. Sabes que tu obligación es callar. Puedes ir y venir por toda la casa, no la tuya, la de ellos; los que pueden vivir sin importarles tu existencia. A ti no te molesta. Es tu trabajo. Limpiar. Fregar, lavar, cocinar, joderte para ellos. Sin voz. Sin oídos. Testigo siempre mudo. Viviendo indiferente la vida de los otros. ¿Qué vas contar? si no te enteras de nada. Sólo retazos, retazos; retazos que en la noche, cuando la casa calla, reconstruyes en tu sueño y muerdes, masticas la sábana.
Sin embargo, tampoco el sueño es tuyo, es de ellos. Tú lo dudas. Te resistes. Tú querías venir a la ciudad. Progresar. Soñabas. Hoy no sabes para qué. Tú cumples con tu trabajo. No tienes amigas porque sabes que son como tú, con vida prestada para los domingos o el día de descanso en que los otros quieren que vivas tu propia vida. Por eso, aunque no te das cuenta, masticas la sábana por las noches.

Redonda como pelota hecha de adobe "La Concepción" parece que rueda cuando camina. Se levanta al sol, peina sus cabellos negros y su sonrisa de máscara olmeca no la abandona durante el día.
Sale a barrer cuando todos los de la casa todavía duermen.
"La Concepción" dice que una banqueta barrida sabe a casa limpia.

- Concepción ¿ya te levantaste?
- Si señora.
- Ten listo el desayuno del señor y el de las niñas.
Carne asada para el señor; pan tostado y toronja para la señora; un jugo de tomate para la señorita y para la niña, chocolate con churros. Hoy es domingo.

-"Conchis" ¿me lavaste mi vestido azul?.
-Si niña.
Rápida. Sonriente."La Concepción" trabaja. Se siente útil.

- Concha, lava el coche que voy a salir.
- Si señor.
Lo conoce, el señor sale todos los domingos,¿a dónde? No lo sabe. La señora tampoco, dice que son negocios. No le importa. Es casa de ellos. El coche ya esta lavado.

- "Conchitis", ¿me subes el jugo a la recámara?
- Si señorita.

Aquí las paredes tienen oídos. Escuchas todas las noches un zumbido pertinaz, sordo. Tu cuarto no es grande, por eso los sonidos se quedan pegados a las paredes. Al principio pensaste que el zumbido pertenecía al viento que se colaba por los resquicios de la puerta, pero al despertar tenías los oídos inflamados. Recuerdas el remedio de tu madre y cortas unas ramitas de ruda. Las hueles. Te sientes aliviada. El picante olor de la ruda te penetra, te sumerges en otro sueño, el tuyo, el que has olvidado, pero el zumbido persiste, retumba dentro de ti. Te asustas. Piensas que estas loca, y de repente el zumbido disminuye, se apaga, se pierde entre los rumores de la calle que también se despierta al sol. Entonces peinas tus cabellos negros. Te sientas en la cama y por un instante te sabes bella. Renace la sonrisa olmeca de tu rostro y quieres gritar lo que sabes, pero tienes miedo. Te zumban de nuevo los oídos. Tomas la escoba y sales a barrer.

Durante el desayuno de un domingo tibio "La Concepción" fue adorable. La carne asada del señor: un éxito. La señora se enceló, ella no sabe ni freír un huevo.
El señor les dio un beso a la señora y a la niña. "La Concepción"
recibió una palmada en el hombro corta y sincera del que se va satisfecho. "La Concepción" se puso colorada y su sonrisa no le cabía en el rostro.

- Concepción, ¿porqué no bajó Claudia?
- No lo sé señora.
- ¿No va a desayunar?
- Le subí un jugo a su recámara, señora.
- Esta Claudia está insoportable. Yo a los diecisiete era más respetuosa con mis padres.
Altiva, limándose las uñas, la señora bostezaba con su cara de urraca.

- Conchis, ¿me das más chocolate? Está rico.
- Si niña.
Dorados trece años se desbordaban por su cuerpo. Púber y precoz, la niña saboreaba su chocolate.
- Conchis, ¿mi vestido azul?
- Orita se lo doy niña.

- Buenos días mamá. Hola Conchitis, al jugo le faltó limón.
- Se me olvidó señorita.
Mustios ojos canela. Claudia tiene buen busto y una espinilla en la frente.
- ¿Porqué no bajaste? Tu papá ya se fue.
- Ay mamá, estaba muy cansada.
- ¿A qué hora regresaste anoche?.
- A la una.
- Y lo dices así.
- Tengo diecisiete años, mamá.
- ¿Te parecen mucho?... A tu edad, yo tenía que llegar máximo a las diez.
- Eso fue hace mucho.
- ¡Claudia!
- Fue una broma... Eran otros tiempos... entiende.
- ¿Y se puede saber adonde estabas?
- Ya lo sabes... En casa de Bertha.
- ¡No es cierto!.
- ¡Tu cállate! Escuincla babosa... Conchitis ¿me das más jugo?
con limón ¿eh?.
- Si señorita.
- ¿Y quién te trajo?..
- El papá de Bertha.
- ¿Y porqué no subió?
- Ay mamá, ¿a esa hora?
- La luz de mi cuarto estaba encendida.
- No empieces.
- Los papas de Bertha son de confianza.
- De eso te quería hablar... Fíjate que Bertha y sus papas… el próximo fin de semana se van a su casa de Acapulco... ¿puedo ir?
- ¡No es cierto!
- Mamá, dile a Conchitis que se la lleve.
- Anda sube a tu cuarto.
- Claudia es una mentirosa.
- ¡Conchitis, llévatela!
- Si señorita... ven niña, vamos por tu vestido.

Quisieras huir. Tumbarte en la hamaca. No pensar. Quedarte quieta mirando cómo la marea se mece al ritmo de tu respiración. Sola en tu costa, en tu arena. Confrontando tu piel al sol; a ese sol que te labra. No hay zumbidos, sólo el murmullo caliente de las palmeras... Quisieras un coco. Abrirlo. Beberlo. Refrescarte la garganta y dormir... Dormir sin soñar. Así como la roca: quieta, sola; que no se inquieta cuando la furia de las olas chocan; ni cuando la espuma la rodea y la acaricia. Qué lejos... que lejos te sientes y que sola. Por eso muerdes la sábana en las noches. ¡Despierta!... el zumbido nace de ti. Es tuyo. Crece en tu cuerpo. Te desbordan las entrañas. No lo niegues. Por tu nombre darás la vida.

"La Concepción" subió con la niña a su cuarto y le entregó el vestido.
-Gracias Conchis. Te quedó muy limpio.
- De nada niña.
- ¿Cómo le quitaste la mancha?
- Tallando niña... tallando.
- No se lo digas a mi mamá. Era sangre.
- ¿Se cortó niña?
- Ay Conchis, ¿cómo eres?. Las mujeres sangran. Yo ya soy mujer. ¿Tu no sangras?
- Si niña. Yo también.
- ¡No me digas niña!
- Bueno. La dejo, voy a lavar los platos.
- Oye Conchis, no se lo digas a mi mamá.
- ¿Qué?
- Ay Conchis, lo del vestido.
- No le diré nada.
- Gracias Conchis. Me caes bien aunque seas fea.

"La Concepción" bajó las escaleras aturdida. Entró a la cocina con los pies hinchados.
- ¿No me estas engañando, Claudia?
- No mamá. Si quieres háblale a Bertha.
- Mira que si no me dices la verdad...
- ¿No me tienes confianza?
- Si pero...
- Ya tengo diecisiete años mamá.
- Lo se hija pero, que vayas sola no me gusta.
- Si no voy sola. Voy con la familia de Bertha... a la casa de Acapulco. Dame permiso ¿sí?
- ¿No me engañas?.
- Si quieres habla con la mamá de Bertha... Conchitis, sube a mi recámara. Sobre el escritorio esta mi agenda. Tráela. ¡Ándale! no te quedes parada con cara de boba.
- Si señorita.
Al salir, "La Concepción" se sentía triste, incapaz y con hambre.

- ¿Qué hace ahí niña?
- Oyendo las mentiras de mí hermana.
- No está bien que se esconda tras la puerta.
- Claudia es una mentirosa. Si no fuera mujer la acusaría.
- ¿Porqué niña?
- Porque hay que ser solidaria con las mujeres. Yo ya soy mujer sino... Claudia quiere irse a Acapulco con el novio. Los cahé hablando por teléfono.
- Ay niña.
- ¡No me digas niña!.. Conchis, ¿porqué pones esa cara?...¿qué te pasa?
- Nada. No tengo nada.

Tú lo sabías. Te dejaste envolver y ahora tienes miedo. Tiemblas. Te hierve la sangre...los muslos. Te dijo palabras extrañas. No entendías pero te gustaban. Te adormecías. Te dejaste llevar por el sonido de su voz, por sus manos...Te dijo que eras bella. Que sentía por ti un amor antropológico. Que cuando hacía el amor era como hacerlo a un ídolo. No entendías sus palabras pero te gustaban. Te sentías princesa. Hoy tienes náuseas. Tu cuerpo no miente, él se larga a Acapulco. Y ¿Tu? ¿Adónde?

Temblorosa "La Concepción" traía la agenda bajo el brazo.
- Mamá, pero es el próximo domingo. ¿Qué te cuesta? Dame permiso.
- No sé...
- Conchitis dame la agenda. Habla con la mamá de Bertha. No seas mala mamá.
- No es necesario.
- ¿Entonces si me das permiso?
- Pídeselo a tu padre.
- ¿Tu se lo dices primero?
- No... ¡Concepción! ¿Qué haces? ¿No oyes el timbre? abre.
- Si señora.
- Aunque no me de permiso mi papá, de todas maneras yo voy.
- Atrévete...

- Gracias Concha. Se me olvidaron las llaves. Y ¿esos gritos?...
¿De qué discuten?
- No lo sé señor. No quiero saber.
- ¿Qué tienes, Concha?...¿estás enferma?...¿qué te duele?
- Los oídos señor... Los oídos.

Recoges tus cosas. Te marchas sin decirles nada. Ni siquiera a él. No quieres explicar... pedir.... Quieres llevarte sus manos en tu piel; su voz entre tus cabellos. Ya no morderás la sábana por las noches. Morderás al mar. Tu vientre crecerá frente a la playa. Dirás a todos que fuiste amada como un ídolo y que a tu amante se lo tragó el mar de Acapulco cuando nadaba... nadaba. Te abandonarás en la brisa. Te perderás bajo el sol cuando nadie te vea. Y tal vez volverás a soñar con tu sonrisa olmeca... Y la roca... Y la arena... Y la asonancia... Encabalgas la noche... tus recuerdos... Callas...Te duermes...
Sergio Astorga.

martes, 23 de septiembre de 2008

La suerte de Hipodamia


La historia de Hipodámia (que otros llaman mito) fue rescatada del fondo del mar por un buzo comedor de algas.
Geógrafos y adivinos se disputan la interpretación del hallazgo. Los geógrafos -calculando la brisa y la marea- se aferran a la hipótesis de que la historia de Hipodámia corresponde al mar Egeo y sus habitantes. Los adivinos -recostados en la arena- tuvieron saladas visiones durante cuatro días y afirmaron, con negra cólera, que la historia era falsa; una liviandad de Nereo: dios marino.
Sin embargo, el buzo comedor de algas, asombrado de tanta mezquindad, me contó la historia de Hipodámia y me entregó también, una musgosa tabla con inscripciones de lengua incierta.
Transcribo la historia tal como la contó, y la traducción de las inscripciones que parecen versos.
"Hipodámia, de altivo talle y voz templada, el día de su boda con Peritoo fue raptada por los Centauros.
La llevaron a la isla de Leemos y la ultrajaron. Los Centauros, borrachos, se burlaron de la belleza de Hipodámia. Uno de ellos le mordía los muslos, otro -el más altivo- hundía su pezuña en el vientre de Hipodámia que con el rostro irreconocible, imploraba el golpe que le diera muerte.
Ceneo, luchador invulnerable, se apiadó de Hipodámia y navegó a la isla de Lemos para dar muerte a los Centauros con su lanza incontenible. Desolló a los Centauros, le sacó las entrañas y dio de comer a Hipodámia.
Agradecida, Hipodámia se entregó a Ceneo.
Poseidón, despechado, quitó el conjuro y Ceneo volvió a ser mujer. Hipodámia, de altivo talle y voz templada, fue arrojada al mar por desear su propia muerte. Su castigo es interminable: espuma cuando la ola despierta al sol y mujer sin entrañas cuando la noche llega".

La Suerte de Hipodámia

Cuando la undosa mar se levante de su sueño
y esgriman las olas los sonidos del combate;
el soberano sol-ardiente labio- su empeño
anunciará tu nacimiento con el embate
de los días: infaustos panales de tu muerte.
¿Qué Dios dictó sentencia? ¿Qué lápida te abruma?
¿Si al nacer ya eres brisa al subir de la marea?
¡Ay! Hipodámia, hija, submarina del canto;
Si al rapto del Centauro tu memoria se orea,
deja la noche húmeda secarse con el llanto
de la estrella: corona sagrada de la luna.
Y entre tanto, Hipodámia, con sus notas de espuma
se lamenta del sueño al esconderse del día;
¡Del destino demando! ¡Escorias del tiempo!
Soy húmeda belleza, terrible y miserable
suerte. Barca nocturna por voluntad ajena;
herida por el agua, comida por el fuego.
Ciego remo la ira, ¡Maldigo!: voz de arena.

Sergio Astorga.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Que la dicha tiene un tamaño


Que la dicha tiene un tamaño
con un batallón de hormigas
tallándose las patas en el borde del agujero.
Todos lo saben… Se tiene memoria.

Que de un hombro a otro hombro
se tensa el brazo de la sombra
cuando lejos se atisban los cansancios.
Ya lo sabias… Te lo contaron.

Que de la hora a los minutos
se escriben los párrafos a mano
con geométricas palabras de madera.
Ya perdiste la cuenta… Me lo han dicho.

Que del fuego caído se hace mundo
y los roedores de colmillos telúricos
quiebran los huesos afilados del oráculo.
No te escondas… Te acompaño.
Sergio Astorga

jueves, 18 de septiembre de 2008

Cuando la tarde nueva nace en la mañana


Cuando la tarde nueva nace en la mañana
y presume el azul de tanto cielo,
siempre hay un canto roto por el agua.
Un relámpago,
una discordia
y ardientes cuchillos a la espalda.
El mismo duro túnel la batalla
cargado de piedras rencores
y a la mitad del camino el desamparo:
un bulto de pena ya sin cuerpo.
Sin embrago,
la blanca queja de una ala
nos deja sin palabra.
El amor de blanco sangra
sangra de agua,
puñalada de luz
en hierba mala.
El abrazo materno
de garra repleta nos ampara.
Y en una mañana que creció de tarde
en el lago de cristal que nos habita
una clara certeza nos ahoga.
Sergio Astorga

martes, 16 de septiembre de 2008

Por las ramas


Me gusta la jacaranda
porque su nombre trompica;
por la bellota la encina
y el ciprés por su esbeltez.

Del roble su piel que dura.
Del sabino su rigor.
Del ahuhuete sus años
y los nervios del pirul.

Del festín del colorín
a la paz del abedul.
El fruto del avellano;
en su papel el bambú.

Colmo del árbol el olmo.
Hijos negros de la higuera.
Culto rojo del cerezo.
Verde jugo el limonero.

Del nogal ropero y nuez.
Del olivo la aceituna.
Narcótica flor del tilo.
Cáliz de aroma el cedro.

Punta de lanza el tejo.
Triángulo mental el pino.
Álamo del cambio dueño
Honesto pilar el fresno.

Eucalipto sabio olor.
Cliente vaina el cacao.
Rubio rostro del castaño.
Redonda duda el manzano.

Mustia carne el ahuacate.
Dulce amarillo naranjo.
Peral de las tardes llanas.
Frente limpia del guayabo.

La resina es del abeto
del arce el clima templado.
El sauce es agua de llanto
y el árbol de vida… barro.

Sergio Astorga

lunes, 15 de septiembre de 2008

Afiebrado


Hoy tengo fiebre
de lamentos en el cuerpo,
cal y lodo por dentro.
Sonrisas burlonas a mi paso,
palmadas hipócritas sobre mis hombros.
Soy hombre por hábito, mal hábito.
No me lavo las manos ni antes ni después.
Ensucio el suelo con palabras sueltas
y derramo mi llanto sin permiso.
Hoy es el día mas largo del año.
No lo aguanto.
Que el verano entre por el caño.
Hoy tengo fiebre, mucha fiebre.
Hoy no canto.
Sergio Astorga

viernes, 12 de septiembre de 2008

Voy a ti...


Voy a ti como a beber;
me voy a ti como tormenta,
descanso en ti como en llanura;
penetro en ti como locura.
No se sin ti como regreso.
Voy a ti porque comienzo.
Sergio Astorga

jueves, 11 de septiembre de 2008

Hablando del miedo


I
Hablando del miedo.
Busco olvido.

Fósil astuto.
Siempre pienso.

De vientre caliente como tumba.
Emerjo.

Leña doméstica mi tronco.
Cuerpo tieso.

Bosteza el destino.
Me acomodo.

Músculos desnudos en el sueño.
Mi esqueleto.

II

Éste es mi brazo.
Ya partido por la espera.

Aquél, mi escudo.
Oxidado entre la axila.

Allá, la astilla.
Clavándose en un ojo.

Y el vaso de la sed
Siempre vacío.

III

Completamente.
Competente de sí.
Permanentemente dispuesto.
Girando con el mundo.
Lleno de Polvo.
Útil, siempre útil.
Como el humo.

IV

Aquél lugar,
el de la suerte.
Tan lejano.
¿Recuerdas?
Como duele.

V

Hoy no moriré.
No tengo suerte.
Me subiré a los árboles caídos
hasta sentir el vértigo de nuevo.
Me pondré mi traje
de grandeza y de proyecto.
Y volveré a ser hombre
con el miedo.
Sergio Astorga

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Confirmación


Soy el mismo gris que quiere ser magenta;
la misma bruna desdicha en los zapatos
y un cobalto altivo prendido por cabeza.

Sergio Astorga.

Soy el mismo...


Soy el mismo azul que quiere ser violeta;
la misma esperanza sepia en las manos
y un bermejo ánimo buscando acomodo.

Sergio Astorga.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Entre Líneas

Escogí la línea como patria,
la línea como escudo y como espada.
Como sangre tinta:
negra flama
sobre desiertos campos de algodones.

En tierras deshabitadas
la línea como surco;
un dialecto de ojos
de interminable asombro:
semilla de frutos inventados.

Entre dudas nupciales
el mundo es de ventanas.


Nace del tacto la criatura,
ensancha su tímida tenencia
y le nacen raíces prisioneras.

La línea como huella y como brasa;
añosos ánimos de oscura cueva
antes del metal
antes del habla
calladas tizas de carbón
encendieron el drama.

Como casa escogí la incertidumbre,
un derrumbe de horas atrapadas,
un audaz moverse a ciegas
y mucha sed endurecida y casta.

Las líneas son del sueño que se sueña
un latido amoroso de materia,
un disfrute de roles ignorados:
garabato que insiste en su marea
y una voz gentil de niño náufrago.

Las líneas son el pan de mi sustento,
historias que se cuentan sus destinos;
aguja o bisturí de los contornos
como hijas del fragor y el traqueteo.

La línea no delibera, se ejerce
sin palabras, se tizna solitaria
desde el fondo de fuerzas corporales.

Confieso que la línea es un tatuaje
entre blancos inéditos de espacio.
Ataviado de tiempo acumulado
reconozco que el mundo sigue intacto.


Sergio Astorga

sábado, 6 de septiembre de 2008

El Negro


El negro es una exclamación
de flama en el ritual del ojo.
Perfila los contornos de las sombras;
construye mundos triángulos esferas.
La línea es el bastón
y epitafio de las formas.
Día tras día inventa semejanzas,
añade otra inicial al calendario.
El negro es una zanja para el viento,
se impregna obstinado sobre el plano,
deja cicatriz, ya no es reflejo.
Se pierde el habla,
el ojo inflama.
El negro brama cuando exhala.

Sergio Astorga

viernes, 5 de septiembre de 2008

Los Álamos


Es siempre bueno saber que tierra pisamos para no espinarnos con la brújula y poder barrer el suelo con buena escoba.
Los Álamos, esta tierra que piso se encuentra al centro y al norte de Nuevo México. Es el condado más pequeño con sólo 12 kilómetros de ancho y 13 de largo. Los Álamos se encuentra a 2.231 metros sobre el nivel del mar, en una planicie inclinada, cortada por una serie de cañadas, abruptas pero amigables. El arqueólogo Edgar Lee Hewett a la meseta le llamo Pajarito, nombre que describe ánimas del cielo y la lengua de los habitantes antes del proyecto Manhattan.
Los Álamos esta rodeado por las montañas Jemez al oeste y un drama de laberintos y acantilados de 200 a 300 metros que acompañan al Río Grande hasta el sureste.
El rostro de Los Álamos esta tallado por la actividad volcánica. De la gran fisura del Río Grande, la corriente de lava formó una llanura de basalto negro. De las montañas Jemez la actividad volcánica acumuló gas y la presión junto a la explosión de sílice ricos en piedra pómez y ceniza cubrieron el cielo de gran parte de lo que ahora son los Estados Unidos.
Debido a que la meseta donde se encuentran Los Álamos esta a más de 1800 metros el termómetro no rebasa los 32 grados, así que no hay mucho calor. En verano las tormentas eléctricas estremecen por lo abundantes y sonoras. En el invierno parece que la nieve no llega a más de 35 centímetros, espero.
Mañana voy con los ancestros a lomo de caballo, ya siento que son telúricos estos pasos, y con ésta túnica que lleva el viento, en dulce fósil se convierte mi esqueleto. Que le vamos a ser… Así es el abarrote.
Sergio Astorga