jueves, 31 de octubre de 2013

Las dificultades en una noche de terror



El puñal nunca pudo salir de mi iPad. El veneno me vino en versión Kindle. Tuve que usar la versión manual.


Sergio Astorga Cerámica 10x15x4 cm.

miércoles, 30 de octubre de 2013

El Guayabito


Con paso bongó caminaba con sus zapaticos de dos colores por la calle de Mercaderes. Muy  jocoso, perfumado y con su panamá de primera, preguntaba a Doña Liria, que con el delantal colorado despachaba melones hondureños.

- Dónde está Guitarrita, Doña Liria.   

- ¡Así no más! Mi rey. Sin saludar.

- No se me ofusque, que usted  sabe que no hay otra morena en mi cartera.

- Mas te vale, chulito, que con este cuchillito me hago respetar.

- Guitarrita, ¿dónde anda?

- En el puesto de limones.

Masticando menta,Guayabito,sin despedirse, siguió el meneo de una cadera quinceañera. Pasito a pasito su mirada bailaba como niño que pregunta.
Con el aliento de coco raspado, Guitarrita, formaba montes de limones y limas con una viveza digna de un son montuno.

- ¡Ese mi Guitarrita! Como desafinas, mi amigo. Te busco desde el martes.

- Estuve con la Manuela. Tú sabes.

-¿Tienes el dinero?

- La mitad.

- ¿Y eso?

- La Lourdes se rompió un brazo; la Paca se pasó con las pastillas y a la Lore no la encuentro, ya sabes que cuando se llena de azucenas se “pira” por días.

- Cayitos. Y a esas, me las compones o te quedas sin cuerdas, mi Guitarrita.

Con el dinero en el bolsillo, el buen Guyabito, se fue donde Don José, a liarse con el dominó.

- No me lloren que ya llegué. Un ron que traigo “inspiration”. Vamos a vivir en paz y que siga la calentura.

 Sergio Astorga acuarela/papel 20 x 30 cm.

lunes, 28 de octubre de 2013

La reconquista



El Sr.Martínez decidió esa tarde entrar de lleno en su rehabilitación. No es que tuviera una enfermedad terminal,ni siquiera pretendía quitarse del humo y del café con leche, un mínimo de leche para el gusto de su madre.De profesión: contador,no de dinero como su abuelo ni de historias como sus cuñados.Durante quince años,periodo que le dejo una pequeña joroba y la esperanza de un día volver a sus desnudos días de infancia, se pasó el tiempo apuntando cada una de las cabezas de ganado que entraban al matadero.

De alma grande,como todos sus compañeros lo podrían certificar,nunca se dejó afectar por el salpicado de la sangre ni por los olores nauseabundos de la descomposición de la carne.
Su renuncia causo alboroto,el apóstol del método, como le llamaban,dejaba el trabajo.Nadie se atrevió a preguntar las razones de tan fulminante decisión.

Al siguiente día,fue a la estación de autobuses a comprar un boleto que lo llevara a su tierra natal.Impulsado por esa fuerza interior que galopa con la pasión del deseo,llegó a las puertas del seminario. Al abrirse la puerta sintió de golpe un malestar abusivo,la estancia tan luminosa de aquellos años de infancia se había eclipsado,el patio renacentista con su fuente  octagonal se caía a pedazos. El aire era pesado, como si el cielo todo se hubiese desgajado y se levantaran sus vapores milenarios.

El Sr.Martínez quedó varios días con una cruda de imágenes brutal. Siempre pensó que su vocación la había dejado en el pasado.

Hoy, le ha tomado gusto a la matanza y hasta describe las cornamentas que pasan delante de sus ojos.

Sergio Astorga tinta/papel 

viernes, 25 de octubre de 2013

Princesa verde


Era de un verde bien trabajado de clorofila entrelazada por siglos. En la médula de la esmeralda nadaba su reino. Tenía unas patitas de mujer paisaje y en su blanco humor de alegría encallaba su lecho. Su eternidad era dura y su amor visible. Las orugas, como séquito embelesado, subían por su cuerpo que se estremecía al sentir el calor de sus patas y su baba toxica. Era entonces que tenía esos sueños clamorosos. Esos sueños liados con vuelos de mariposas y sustos de aguacero. Enormes hojas le daban esa calidad de princesa. Sentía el corazón de hierba ardiente y en los límites del ensueño era equitativo el juego con el macho. Las raíces se bañaban con agua bronca y los mosquitos mordían con furia sus pantorrillas. Todo era furtivo. En ese humus de sueño liquido  donde los cortesanos huían despavoridos.  Sin temor, se tocaba los pechos para sentirse excitada. De la liana de su cabello subían y bajaban las resonancias glaucas. Toda la noche se meneaba en esa cintura ancha.

Al alba, los espesos musgos ocultaban la sutura de la fiebre para acallar el rumor de la envidia de los que tienen la carne quemada. Cuando llegaron las polillas ya eran de carbón sus invocaciones.

Sólo puedo añadir, que su reino floreció entes de que el volcán humeara  y los compases binarios se escucharan por el paso de los ríos. Antes de que la primera sirena fuera vista en aguas de América. Cuando los pescadores tenían hipocondría por el azul  y las casas se construían de barro.   

Sergio Astorga acurela/papel 50 x 70 cm  

miércoles, 23 de octubre de 2013

Llegadas y partidas


Cuando llegó el poeta se sintió el vacío y algunas hebras sonoras se resguardaron en los rincones de cualquier jardín.

Cuando llegó el pintor se sintió el reflejo, los colores se pegaron a las ventanas como laberintos rotos.

Cuando llegó el danzante se sintió el peso del cuerpo y la fiebre del impulso se perdió en escenarios 
íntimos.   

Cuando llegó el músico se sintió la mudez y el murmullo se alejó hacia el opaco vestíbulo del teatro.

Cuando los huesos humanos se creyeron jóvenes un olor a tierra se consoló con el algodón de las buenas tardes.

Cuando a Paco lo vieron partir por la puerta trasera, los ojos le brillaban altos y de su pantalón colgaba esa noche de sagitario que la madre le diera el día de su cumpleaños. Obediente fue a trabajar donde le ordenaron. Y a la voz de mando, bajaba la cabeza y sujetaba los pies.


Cuando a Paco lo vieron llegar con los cabellos blancos, se tocaba la cara como si tuviera que reconocer su gesto.Toda le gente sabía, que en toda esta encrucijada, la campana que nos toca tiene la voz rutinaria.

Sergio Astorga tinta china/papel

lunes, 21 de octubre de 2013

Llegaste lejos


Tú que llegaste de lejos. De la ciudad, de donde las calles se gritan las unas a las otras. De donde las sombras huyen al lomo de las luces de halógeno. Dime dónde te encuentro que estoy extraviado, zigzagueando entre los charcos y los vapores de alcantarilla. Son desteñidas esas gotas que escurren de los vidrios. Los colores son devorados sin dejar rastro. Da pura lastima estar con estas visiones. Dime dónde te has metido. Aquí el amanecer es una mancha difusa. Aquí te falta el aire. Por teléfono me dijiste que estarías esperándome. No te veo. Ya tengo un sudor seco y no te encuentro. Ese lejos lo estoy sintiendo ahora. No debí de creerte pero me atrapaste con esa voz que se me metía hasta dentro, aquí, debajo de la camisa todavía tengo la impresión que me causaste. No me quejo, pero hubo engaño. Pienso que estoy en ese lejos de tu mentira. No te entiendo, juraste que no habías encontrado un hombre que de verdad acreditara en ti. Debí de haber gritado, no dejarte partir. Pero esa manera de convencer con esa palidez de virgen portentosa, recogido el pelo y esa cinta morada alrededor de tu cabeza. Y tu pañuelo húmedo de perfume. Me enloquecía. Lo sabias por eso me regalaste ocho que guarde en una caja que abro cada vez que me siento desfallecer. Sigo escarbando tu imagen y me duelen los huesos. Dime adónde te has metido que ya me punzan los ojos.

Escucho como da vuelta la llave. Al verte llegar te digo:


“Tienes los ojos verdes como las ranas. Por eso te quiero tanto”

Sergio Astorga
Acuarela/ papel 20 x 30 cm.

miércoles, 16 de octubre de 2013

A la baja


Un miedo largo como de animal ajeno articulaba los días. Nacía la mañana con esos violetas ácidos. Lejanos ya los cielos bienestar en que las aves acariciaban los aires. La cólera desnuda se paseaba campante entre las plazoletas. Contrastaban los audibles lamentos de los abatidos con la victimas vencidas por la fuerza de sus propias calcas. Algo está seco, se escucha el peso entre las cabezas. 
Un frío corre por la espalda de las casas. En ese mundo sordo se draga la única lágrima que arrendó la ciudad. Alguien husmea y alarga el brazo y exprime la poca esperanza de los ojos. La antigua pulpa de las horas, tan frescas y dueñas de todo tiempo, fueron robadas. El desconsuelo se quedó extraviado en los semblantes. Más un día, en que el sopor se embriagaba con el tedio, las alturas fueron escrutadas.   

- ¿No oyes?

- No.

- Algo se acerca. Siento la onda de la caída.

- Ni veo. Ni oigo.

- Allá. A un costado del edificio de administración.


Un sobresalto y un furor descarado rompieron el silencio en miles de astillas. Se clavaron en las pupilas de todos los que se apiñaron a mirar al nuevo caído.

Sergio Astorga acuarela/papel 20X60 cm.

lunes, 14 de octubre de 2013

Con la mesa puesta


Todo pudo resolverse con los mangos en almíbar y algunos suspiros estivales. Pero, tenían que venir esos humos, esas historias  tambaleantes. El ritual de venerar las buenas posturas del silencio en la mesa, quedaron de nuevo sojuzgadas. Ella tenía que contar, decir sus letanías, su duelo perdido entre la misma sal de los repollos. Es verdad, su vida no era dulce, se puede decir, entre dietes, que los nudillos siempre estuvieron  en su rostro grabados. La cara pulida de tanta operación, sus ojos secos, esa manía de esconder las tundas para todos evidentes. Y ese gesto de querer irse  y no poder desprenderse de su equipaje. Se acabaron los diminutivos. A la hora de comer una inválida sensación de hartazgo nos invade.

Ella aún recuerda ese dialogo, eran las seis de la tarde, hora de recoger a su hijo de la escuela.

- Prométeme que nunca más…

- No lo quise hacer- dijo con fastidio. Te pones  necia y bien sabes que no tengo paciencia


Cuando  la veíamos arañar el mantel sabíamos que los recuerdos se le agolpaban. La voz en su memoria levantaba su recuerdo y algo ardía en su interior porque sus palabras eran de fuego. Era un crimen y muchas veces, se lo habíamos dicho, traer ese dolor a la hora de comer, no tenía sentido. Era amargarnos con el oscuro mensaje de sus apariciones, a la hora en que nos juntamos los que todavía quedamos con cierta alegría de vivir. Por qué no sobrepasa el recuerdo, por qué no muerde una manzana con furia y busca en ese acto desembarazarse de esas luchas con un pasado que nos devora a todos. Se acabaron nuestras siestas húmedas y tranquilas. Se rompieron los lazos y sólo tenemos fragmentos de compañía. No entendemos esta obstinación perversa. Por qué el ocio del dolor se intrinca entre nosotros si ella siempre tuvo la mesa puesta.

Sergio Astorga Acrílico/ tela 60 x 80 cm.

viernes, 11 de octubre de 2013

Presentimiento

En el ir y venir se presiente la trascendencia como si fuera un rumor. Si nos jalamos las orejas un arco iris de siete manos aparece. 
Los caracoles ya extraviaron la adivinación. El león arde en su melena y el fuego consume el llanto por saber.
En el ir y venir la obstinación renace, como lo hacen los jardines.


Sergio Astorga Acuarela/papel 20 x 30 cm.

miércoles, 9 de octubre de 2013

La primera vez



No era el miedo el que lo herraba, ni siquiera el código de su estirpe lo podía sacar de su terror. Salir a escena por primera vez no es para principiantes, aunque todos somos principiantes. Por más que nos aprendamos nuestro papel a escenificar existe esa fatalidad escogida de no saber qué hacer. Son esas miradas, penetrantes, eternas que se clavan desde los cuatro puntos cardinales. Y esas voces sordas que no escuchamos pero que taladran nuestros oídos: 

¡Así no se dice! ¡Arréglate el pelo! ¡Tienes que saludar! ¡No se te entiende! ¡No te quedes quieto como palo! 

Salta en pedazos cualquier deseo de estar en esa representación. Una lluvia de manos le cae encima y los reflectores le ciegan. Suda, mira y rebusca alguna cara conocida y benévola. La mirada divaga teatral, estéril. No puede cambiar de parlamento hasta que termine la función. 

Quiere ser otro en su candor de novicio.  

Sergio Astorga acuarela/papel 20 x 30 cm.

lunes, 7 de octubre de 2013

Caminar sordo


De la provincia, desarmados, con sus cuerpos de espanto y sus coronados pensamientos colgados del cielo, caminaban por la avenida, como quitados de la pena. Todos amarillos, con sus vestimentas en negro y con algunos iracundos recuerdos de vida saliéndose del bolsillo de la camisa. Caminaban.

-¡Buenos días! decían a coro cuando pasaban junto a otros viandantes.

No  recibían réplica, todos iban en lo suyo. En su cabeza cada uno se fabricaba un día.

- Te dije que las ciudades son frías – reclamaba el que vestía un poncho con grecas rojas.

- Son frías por tantos secretos que guardan y el más grande esta hecho de miedo- fue el  veredicto del que tenía la cara ancha.

Rondaban.  Abrían los ojos como queriendo apresar cada imagen. De donde venían, quedaban sólo grandes extensiones de tierra torcida. Abandonada por el agua, los insectos reposaban marchitos en las casas vacías.
Fragmentados salieron. Tal vez nunca podrán unirse esos fragmentos, por eso dan vuelta sobre vuelta por las mismas calles como si escribieran un dictado mortal.

- Estas calles me taladran los ojos

- Mis huesos siguen unidos al encuentro.

Las huellas que dejaron a su paso son anónimas. Ninguna palabra  los recuerda. La entrada y la salida no van a ninguna parte. No te asombres si un torrente de sordera queda  como rama seca en las calles que camines.

Sergio Astorga Acuarela/papel 20 x 30 cm.

jueves, 3 de octubre de 2013

El día que colmó su cántaro


Más abajo, donde suelen nacer los vapores y rescata el manantial la conversación de los minerales. Más abajo del vientre donde se socava la fértil  voz de los cuerpos. Más abajo, donde está enterrado el otoño y sus resurrecciones. Ahí, rodeado de pieles ya sin territorio, coexistió con esa maraña que los breviarios  llamaban vida. En esta gruta urbana tuvo diversas máscaras y miserables muertes. Cada día un torrente de metálicos brillos en el lodo del suburbio. Asediado, mes a mes desfallecía apurando esa copa negra de su tiempo. Nunca pudo hurgar en su bolsillo un sol que no estuviese enterrado. Amó como debía, porque las calle no tenían caderas frías y cortó la mala racha con un mirar de sierra. No le hablemos de felicidad,  que la palabra le sonaba hueca como el hambre.


El aguijón penetró hasta el fondo de su carne. Un dolor de tierra se le pegó en la boca. Después de treinta años fue cesado de su cargo. En la intemperie, en nupcias con el desencanto, se entregó a las líneas paralelas del tranvía. 

Sergio Astorga acuarela/ papel 36 x 56 cm.